Ninfas de las chinches
La diminuta chinche que hace eclosión del huevo no encuentra preparada su cuna. Pronto se pone a buscar alimento. De no encontrarlo podrá ayunar durante dos meses. Ningún recién nacido podría soportar una cosa parecida. Pero en la vida de las chinches puede presentarse un período de ayuno obligatorio, por lo que la naturaleza ha dotado a esos seres con las correspondientes capacidades de resistencia. No pueden crecer mientras permanezcan sin alimento. No obstante, una única comida copiosa es suficiente para que crezcan perceptiblemente.
Entre la chinche el crecimiento va unido a una cierta dificultad. La firma coraza cutánea sólo puede estirarse dentro de determinados límites. La chinche recurre a un procedimiento muy acreditado entre los articulados: se sale de vez en cuando de su piel. El proceso de la muda o ecdisis representa siempre un momento crítico, y más de un joven animal es víctima del mismo. Si todo resultado bien, la epidermis se separa del cuerpo como un forro y el despojo, con sus seis patitas. Ahora podrá estirarse, hasta que se haya endurecido su nueva coraza epidérmica, al cabo de una cuantas horas.
Cinco veces se repite ese acontecimiento en la vida de una chinche común, después de esto habrá alcanzado su tamaño definitivo. Entre cada muda ha tenido que haber al menos una comida de sangre.
Las chinches jóvenes, en su periodo juvenil llevan un modo de vida bastante parecido al de los adultos.
En los vertebrados son conocidas las glándulas que segregan hormonas que regulan los procesos vitales. Poco se conocía al principio sobre las hormonas en los insectos. El que sus procesos de muda están regulados por determinadas glándulas endocrinas es algo que llegó a saberse mediante el sencillo experimento: a una chinche (no se trataba de una chinche de la cama, sino sí a una especie emparentada) le fue amputada la cabeza. La chinche no muere por una ablación de este tipo. En estado de descabezamiento puede vivir aún muchos meses y hasta alcanzar una edad más avanzada que sus hermanas no decapitadas. Pero no vuelve a mudar su cutícula en toda su vida. Pues bien, en realidad, no tendría nada de extraño el hecho de que un animal mutilado perdiese la facultad de salirse de su caparazón. No obstante, si se le inyecta al paciente algo de la sangre de la chinche sana, logrará mudar de tegumento, pese a su descabezamiento, de un modo perfecto. Llegó a descubrirse que justo al lado del cerebro hay una pequeña glándula que desencadena la ecdisis mediante la secreción de hormonas en la sangre. El animal decapitado ha perdido esa glándula, por lo que sólo puede efectuar la muda cuando un saludable donante le da las sustancias que le faltan. Lo asombroso del caso es que las hormonas no sólo determinan el momento en el que ha de producirse la muda, sino que dirigen también las transformaciones del cuerpo que a ella van unidas. Si inyectamos la sangre de chinches viejas en ejemplares jóvenes, crearemos seres precoces: los pequeñuelos alcanzarán ya en su próxima muda la forma de los animales sexualmente desarrollados. Y por otro lado: si implantamos en chinches adultas las glándulas endocrinas de las larvas, harán la muda de nuevo y desarrollarán nuevamente rasgos infantiles.